Cantemos, cantemos...
Sobre el vapor de sangre,
sutil, sutilísimo, cantemos. Cantemos y esperemos. Sobre el azoramiento pálido, casi fúnebre, de las orillas de los arroyos, que se han quedado sin montes, cantemos. Sobre la muerte que han embebido estas colinas, estas llanuras, estos montes, cantemos. Sobre la tristeza humilde, profunda, de estos campos, a pesar de su gracias, cantemos. Con todas las criaturas y las cosas; con las criaturas ligeramente aún agobiadas —¿por qué sueño de sangre?— cantemos. Cantemos con los animales —¡ay, los pájaros sin rama cuando el aire es de pájaros, celestemente ebrio!— Cantemos con los animales y las cosas; con los animales misteriosos y claros y las cosas misteriosas y claras; y las aguas visibles y secretas, que también esperan, cantemos. Cantemos la vida nueva que espera a estos hombres y a estas mujeres silenciosas. El día armonioso, armonioso, surgido de húmedas honduras maceradas -¿de penas largas o de humus desconocidos?- bajo el cielo más ligero. El día nuevo, palpitando como un ala en las manos... De: El aire conmovido |
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