viernes, 2 de noviembre de 2012

De mi visita a la exposición de Giacometti en PROA.


Conocía su obra a través de libros e imágenes que circulan. A decir verdad lo que más me había interesado era su propia imagen, sus fotos, su cara, sus gestos, su cabeza (me dije que alguien con una cabeza así no podía ser otra cosa que escultor). Pensé en pintarlo. Lo que había visto de su obra promovió en mi un interés algo indiferente.

Pero eso fue hasta llegar a su exposición.

Ver una tras otra sus esculturas, intercaladas con sus pinturas y dibujos fue una experiencia genial, una conmoción.
Inquietud en las manos, el corazón latiendo a pleno, euforia. ¡Entendía!. ¿Qué?, no estoy muy segura. Sentí que lo que me ofrecía, con claridad y simpleza, era del orden de la verdad. La síntesis era perfecta, la claridad, coherencia y honestidad con que sus obras se me presentaron me llevaron a un lugar de mi misma al que no siempre una obra de arte me lleva, a aquel donde se encuentra la razón por la cual uno transita por el oficio de pintar.

¡Que bueno por favor!!

Que bien poder ver todos los recursos que uso en su búsqueda. Me parece casi imposible concebirlo sin incluir todos sus abordajes. Esas pinturas tenían que estar ahí junto a las esculturas y sus dibujos, ellos hablaban de un fluir permanente en su búsqueda, un pasar de una forma a otra con máxima naturalidad, sumando, modificando, confirmando, recurriendo a todo lo que le permitiera crear ese estado de cosas que propone y en el que uno se sumerge casi infantilmente para dar con un sentido profundo y maduro.

Lo primero fue entrar en contacto con él, con el escultor, pintor, dibujante. Sentí que quería estar con él en su taller, verlo ahí, imaginé que habría sido posible. La primera vista la hice poniéndome en su lugar, absolutamente identificada con él, me enseñaba como hay que hacerlo.

Luego intenté concentrarme en las obras, ponerme del otro lado, entrando en esa dimensión o situación humana que el propone o expone. Claramente cada uno de sus trabajos me habló de la experiencia de la soledad en su dimensión existencial, del interrogante por lo humano, del hueso imposible. Los rostros, los cuerpos, los contrastes, los colores, las vistas, las proporciones y las desproporciones, la puesta en espacio y dimensión de los mismos, la inercia y el movimiento, todo lo imaginable para exponer su interrogante, ¿qué es, dónde está, de que está hecho eso que llamamos humano?.

Me debo saber algo más de Alberto Giacometti, su vida, sus avatares, no se casi nada de él pero algo me quedó claro,  sabía lo que hacía.

Claudia Martínez -




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