Un paisaje puede ser experimentado como un lienzo, un ilusorio espacio temporal en el que demorarse, ponerse entre paréntesis. Dejarse hacer por el proceso, permitir que devenga suscitativo.
Una pequeña ficción retardatoria
que deja desplegar la vida. Una demora portadora de efecto.
En ese resquicio, al que llegamos
con decisión para soportar lo que emerge, por imposible de poseer (un presente),
comienza a abrirse una brecha en su adecuación y experimentamos la vida huyendo
de la vida, permitiendo solo en la retirada su pródiga reaparición. Lo que se
retira es asimismo la dispensa.
En la pintura hay una síntesis de esto. Una temporalidad que coagula en el borde de lo pintado, pero no como instantánea sino como devenir, como no-coincidencia. Es renunciando a la coincidencia razonable y produciendo otra forma de coherencia que se ilumina el carácter efectivo de la vida, que se puede sostener esa tensión que nos mantiene abiertos.
CM
de mi lectura de Francois Jullien por el tamiz de mi experiencia
III El entre
de la vida/ Filosofía del vivir – Francois Jullien
Octaedro.